Se idealizar el Amor

Cuando nos enamoramos, los seres humanos tendemos a ver a la otra persona como un ser casi divino, mientras que a nosotros mismos nos percibimos como algo sin valor, como un simple desecho. ¿Por qué sucede esto? ¿Por qué el sentimiento del amor nos deja en un estado tan vulnerable? ¿Y por qué, a pesar de toda esta fragilidad, seguimos viviendo con el deseo de enamorarnos? Esta pregunta lleva un tiempo rondando en mi mente.

¿Por qué idealizamos a la persona amada?

Creo que la primera respuesta debe buscarse en la neurofisiología. En ella, todo el proceso del amor ocurre dentro del sistema de recompensa del cerebro. Se liberan dopamina, noradrenalina y oxitocina, y empezamos a sentir que la persona frente a nosotros es única. La serotonina disminuye y nuestro comportamiento se vuelve más obsesivo. La adrenalina y el sistema nervioso central se activan, de modo que el cerebro combina la emoción, la obsesión y el placer para conducirnos a idealizar a esa persona. Durante este período, el córtex prefrontal se encuentra inhibido; por eso no pensamos con claridad y vemos al otro mucho más grande de lo que realmente es. Cada interacción con esa persona nos produce una felicidad inmensa. Hasta que esos días encantados llegan a su fin. Entonces, cuando la tormenta hormonal se disipa, nos encontramos en medio del malestar, la impotencia y la depresión.

Freud relaciona el acto de idealizar a la persona amada con el narcisismo. Según él, en la naturaleza de cada ser humano existe un narcisismo primario: cuando somos niños, somos el centro del amor y todas nuestras necesidades se satisfacen sin condiciones. Pero al crecer, esa sensación de totalidad se rompe; el mundo exterior nos impone límites y aparece el sentimiento de carencia. Es aquí donde entra en juego el amor.

La persona de la que nos enamoramos se convierte en un espejo que nos devuelve esa sensación de “completitud” que experimentamos en la infancia.

En realidad, la persona que idealizamos es un reflejo del yo que hemos perdido. Freud lo resume así:

“El amor es la transferencia del propio narcisismo hacia el objeto.”

Por tanto, no amamos porque el otro sea maravilloso, sino porque a través de él nos sentimos maravillosos.

En este sentido, Freud distingue dos tipos de amor:
Amor narcisista: la persona se ama a sí misma (o a su propio ideal).
Amor objetal: la persona dirige su amor hacia un objeto del mundo exterior, es decir, otra persona.
Sin embargo, estos dos tipos se mezclan.
Al amar a alguien, en realidad lo idealizamos porque:
— encontramos en él una parte de nosotros mismos (por ejemplo, ideales similares),
— o porque vemos en él lo que quisiéramos ser (por ejemplo, fuerte, seguro, compasivo, etc.).

Así, la persona amada se convierte en la representación de nuestro “ideal del yo”.
Esto se relaciona con el concepto freudiano de ego ideal (yo ideal).

Según Freud, dentro de cada persona existe un ego ideal: aquello que deseamos llegar a ser. Cuando nos enamoramos, convertimos a la otra persona en el símbolo de ese ideal. El ser amado es la expresión de todo lo que aspiramos a ser. Por eso lo vemos perfecto, porque en el fondo es una parte idealizada de nosotros mismos. De este modo, la admiración hacia el otro es, en realidad, una admiración indirecta hacia uno mismo. Finalmente, Freud considera que la idealización funciona como un mecanismo de defensa. El individuo puede reprimir sus propios conflictos o sentimientos de inferioridad diciéndose: “No soy indigno, porque alguien tan extraordinario me ama.”

Por otro lado, Lacan relaciona el problema de la idealización completamente con el objeto del deseo (objet petit a). Pero ¿qué es exactamente ese objeto del deseo?

Según Lacan, el ser humano no es solo un organismo biológico; existe dentro del lenguaje y del inconsciente. Por eso “deseo”, “demanda” y “necesidad” no son lo mismo:

Necesidad (besoin): las exigencias del cuerpo.
Demanda (demande): la necesidad expresada mediante el lenguaje.
Deseo (désir): algo que va más allá de la necesidad, nacido de una falta simbólica.

El deseo nunca se satisface por completo,
porque el deseo es “un movimiento que gira alrededor de la falta”.

Para Lacan, la idealización no se dirige hacia la persona real, sino hacia el “símbolo de la carencia”.
La persona amada representa la imagen de aquello que creemos que llenará nuestro vacío.
Ese es el objet petit a: algo a lo que nunca podemos poseer totalmente,
pero cuya ausencia mantiene vivo nuestro deseo.

“El amor es dar lo que no se tiene a alguien que no es.” En resumen, desde la mirada de Lacan, el deseo nace de una falta imposible de colmar.
La persona amada es la máscara de esa falta; en realidad, lo que buscamos no es al otro, sino nuestra propia totalidad perdida.
Por eso, para Lacan, el amor contiene una “promesa falsa de completitud”.
La persona idealizada nos acerca al centro de nuestro deseo, pero nunca nos permite alcanzarlo.

¿Que tenemos que hacer?

Lo que debemos hacer es reconocer la idealización y arrancarla de raíz. Los grandes amores nunca terminan con un final feliz; por eso los amantes tienden a engrandecer a quien aman. Pero no debemos olvidar que todo esto no es más que un juego de nuestra propia mente, y que en el fondo todos los seres humanos somos frágiles, débiles y miserables.

Séneca, en sus Epístolas Morales, aconsejaba a quienes caminaban para aliviar sus penas: “animum debes mutare non caelum”, es decir, “debes cambiar tu mente, no el cielo”. Creo que esta frase se relaciona profundamente con nuestro tema.

Estoy convencido de que mientras sigamos idealizando a quien amamos, jamás podremos amar de verdad y pasaremos la vida entera dentro del infierno llamado amor.

El cuento de la imagen de portadahttps://x.com/celilsadk/status/1975556205817807120

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